No fue la reciprocidad de los abrazos y las palabras de amor dichas en el calor de un verano en el que teníamos la libertad para pasar las horas el uno dentro del otro. No fueron los logros materiales que pueden registrarse en un calendario: hoy salió mi libro a la venta, hoy hice un viaje, hoy me dieron un premio, hoy me reencontré con aquel que creía me había olvidado y en sus ojos brillaba su afecto por mí.
El día más feliz de mi vida se gestó en largos días de tristeza, fue germinando en la soledad y las heridas de este mundo sobre el cuerpo de las travestis. Fue el día que entendí que era hermosa, que era alegre, que no precisaba nada de lo que prometían, que mi cuerpo y yo bastábamos para surcar la vida, que nada malo había en mí, que todo lo advertido, vaticinado, todo lo que dijeron las cartas del tarot al derecho y al revés, lo que auguraron las runas y el i-ching, era el terror de la cultura a una hija como yo, una hija travesti. Pero no era mi destino.
El origen del día más feliz de mi vida nació en palabras de Lohana Berkins: “Si volviera a nacer, elegiría ser travesti” dijo ella en una entrevista. Yo estaba sola en mi casa y me abrió el corazón en dos para que entre la luz. A partir de ese día, la alegría fue posible en mi vida.