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Inés Legarreta

Sueño Feliz I
El viejo amor me ofrecía con la mayor naturalidad del mundo tres pulseras de oro, venían en un estuche azul de terciopelo y seda; yo me las probaba una a una y elegía la más sencilla para usar todos los días. Me veía lavando ropa con la pulsera de oro; jabón, agua, oro y una alegría por lo recobrado, una sensación luminosa.
 
Sueño Feliz II
Teníamos que llegar a un punto del otro lado de la ruta y era mucho más aliviado y corto atravesar el campo de unos señores que desconocíamos así que fuimos hasta la casa para explicarles por qué nos habíamos metido en la propiedad. Una señora nos escuchó a regañadientes, se le veía la desconfianza; entonces redoblé mis esfuerzos hablándole de la historia familiar y de esas tierras que ahora eran de ella: le dije que a nosotros nos quedaba un pedacito en el bajo y me reía y le decía que de todas maneras lo disfrutábamos; la mujer empezó a relajarse - nos vio cara de no mentir -, y empezó a caminar con nosotros. “Mire”, le decía yo, “tenemos que ir hasta allá y si no atravesamos su campo se hace larguísimo”; “claro, claro”, respondía mientras se le hundían los pies en los pastizales; el cuadro estaba sembrado de achicorias, remolachas y zanahoria rallada; soplaba un viento suave y el sembrado se mecía y parecía un cuadro de Van Gogh, “qué hermoso”, le dije y la mujer asintió. Ahora se reía de cuerpo entero, tan contenta estaba que nos acompañó hasta el pueblo porque dijo que tenía que ir a la bicicletería a buscar la suya. Como nos quedaba de paso fuimos hasta allá y después la invitamos a seguir caminando; era un día radiante, andaba poca gente y se sentía la felicidad.