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Marķa Camila Otero

A causa de un virus de invierno, una noche imposible de dormir, por la fiebre y otras molestias, busqué desesperadamente un buen recuerdo, y sin mucho esfuerzo me vi de niña junto a Juli, mi hermana mayor, probando el prototipo volador más genial del mundo, que hasta ese momento nadie había sido capaz de diseñar (o por lo menos eso creo yo), estoy hablando de una escoba, obviamente esto ya había sido inventado por algún brujo/a hace ya algún tiempo, ahora viene la parte revolucionaria: hojas de papel de diario pegadas con cinta a los brazos, unas pseudoalas.
Ensayamos los movimientos necesarios para despegar, y decidimos que sería más fácil desde un lugar más alto, corrimos desde la carpintería de mi papá, hasta el jardín de la casa de los abuelos, aquel banco blanco estaría bien.
Estaba todo listo, había llegado el momento, nos iríamos y volando!!!!
Pero antes de comenzar a agitar nuestras “alas”, nos dimos cuenta que si bien nuestro invento aseguraba el volar, no teníamos nada que nos asegurase la vuelta, pobres papas y pobres abuelos, al darse cuenta que nos habíamos ido sin despedirnos!
Inmediatamente bajamos del banco, primero fuimos a hablar con papá y mamá, fue sorprendente lo bien que lo tomaron y luego yo seguí  por la abuela Matilde, que seguramente miraba alguna de sus novelas favoritas, o descansaba los ojos (forma de decir “me quede dormida” de los abuelos), le dije que la iba a extrañar, pero que iba a tratar de volver algún día, ella sonrió tiernamente sin decir nada y me abrazó. Después de haber saludado a todos, ahora si era el momento, la decisión estaba tomada y las alas también, empezamos a agitarlas y … … … … -A COMER!!!! - gritó mamá, obviamente era una forma de hacernos quedar, de hecho una muy buena, y decidimos que no había apuro, podíamos demorar la partida, tanto que el prototipo volvió a ser una escoba y tuvimos que jugar a otra cosa.
Hoy en día sigo pensando que lugares hubiéramos conocido si mamá no nos hubiera llamado a cenar.