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Enviá tu
día feliz

Verónica Barrionuevo

Volver a tener 15 años, por una noche, a los 30. Los mismos amigos, el mismo recital, pero una década y media más tarde.
Tu banda favorita de la adolescencia (que ya no te gusta tanto, pero no importa) empieza a tocar, y el primer tema es uno sobre los amigos de la niñez, los que son para siempre. Y empezás a llorar. A llorar de felicidad, y no parás durante las tres horas que dura el show. Pasan por tu cabeza imágenes de todo lo que viviste en este fragmento de tu vida: toda la gente que todavía no conocías, las experiencias que no te habían tocado, lo que cambió radicalmente. Todo parece demasiado. Te dejás llevar por la música, tanto que en un momento perdés toda noción y no sabrías decir si estás en 2010 o en el 95, si al día siguiente tenés que ir a trabajar o a la escuela. Las canciones son las mismas. La alegría y los amigos, también.
Los mirás, los abrazás, bailás con ellos. Siguen con vos. Nada cambió tanto, al final.