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día feliz

Mariano Gómez Morena

Feliz el día
 
La propuesta de un día feliz me recuerda esas películas que en los primeros dos minutos me muestran el final. La tensión es distinta. Sé lo que va a ocurrir pero no sé cómo. Puede que llegue a un día feliz por una niñez feliz. Por empatía. Puede que llegue por un esfuerzo o porque ese día me tocó.
Qué me dice el diccionario sobre feliz: “que disfruta de la felicidad o la ocasiona”. ¿Ocasionarse a uno mismo (o a otro?) la felicidad?  “oportuno, acertado” ¿acertar un número de la lotería? “que sucede sin contratiempos” ¿no encontrarse con un embotellamiento? La academia española tiene a veces la costumbre de no aclararme las cosas. Además, feliz para mi no es feliz para el otro. Eso ya se sabe. Esta colección se transformará en distintas versiones de la felicidad con algo en común: la persona que lo cuenta está convencida que en ese momento sintió algo que comúnmente la gente lo llama felicidad. Y hay que acotar: ¡Qué afortunado!
Cada tanto renuevo mi parámetros de felicidad. Se vuelve más sofisticada. O sotisficada como dice un amigo. La puedo encontrar en el humo de la taza de té de Sencha, en un atardecer fresco, con olor a budín recién sacado del horno, en la luz anaranjada del atardecer, el chisporroteo de la leña, en la mirada de mi mujer. Cuando tenía 13 años eso no tenía sentido.
Habíamos jugado al futbol en el campo de Calvo Rey. Era costumbre en esa época. Quedaba a unos ocho kilómetros desde el pueblo. Jugaba mal  pero como corría mucho era uno de los mejores. Bebíamos agua del pozo como si fuera de manantial. Mi juego favorito era la escondida. Para buscarlos en tan grandes espacios mi estrategia era insuperable: yo también me escondía hasta que se descuidaban y pum.
Debe  haber sido fines del invierno ya que para el regreso nos habíamos aprovisionado con mandarinas. Unas banda de diez chicos, más o menos, en diez bicicletas hablando incoherencias. Riéndonos de las cosas que decía el gracioso de turno. O de algo que había ocurrido antes. En el puentecito hice una parada para pelar otra. Los vi alejarse hasta no escucharlos. Sentí el olor a mandarina como Marylin con Chanel. El agrio en mi lengua. Justo el correcto, ni más ni menos. La luz del sol que me miraba a mi altura. El pulóver que me abrigaba lo suficiente. Ni más ni menos. El verde grisáceo combinado con el violáceo del cardo. Un concierto de insectos y ranas y pájaros. Tuve tiempo de echar una mirada a mi alrededor y reunir todo eso en una sola sensación. La última vez que había sentido algo así había sido simplemente riéndome.  Un amigo gritó y volví a pedalear.
Pero supongamos que podemos ocasionarnos la felicidad como dice el diccionario. ¿Qué estamos esperando?