
Si sigo tratando de identificar cuál fue el día feliz más perfecto no me decido más. Eso venía pensando la semana pasada, y ayer pasó esto. Estábamos desayunando, escuché cantar al pajarito que se apoya siempre en la antena de la casa de al lado y me levanté para sacarle una foto. Salió más o menos, si hubiera salido bien la podría haber usado para un relato sobre lo feliz relacionado con los pajaritos pero no me gustó y no importa, lo que importa es que ahí parada en la ventana mirando para afuera miré para adentro y nos vi a nosotros desayunando, y saqué esta foto. Yo no estoy pero soy la del diario y los anteojos. Mi amado también lee las noticias, en la computadora; en la semana yo también las miro online y los dos leemos y comentamos así enfrentados mientras nos pasamos el mate. Los domingos necesito leer el diario en papel y leerlo todo, lo que no me interesa también. Tiene tan poca luz, esta foto, que parece de noche, pero en realidad el día recién estaba empezando: podría escribir un libro entero sobre mi felicidad de la mañana, mi insoportable buen humor y las ganas de comerme al mundo. Lo que comemos no nos es muy importante, ayer eran unas previsibles tostadas con queso blanco y mermeladas diversas, incluida esa salsa de maracuyá que no sería tanto para desayuno sin más bien para postre (quedó una vez que la trajeron con helado, y nunca se acaba). No importa si justo tenemos la mejor torta de panadería de lujo o pan viejo, por suerte no ponemos mucho fetichismo ahí. Compartimos lo que haya y Pepe se acerca a ver si liga algo. Él podría haber salido en la foto pero no entró, estaba ahí cerca mirando conmigo como buen perro; Pepe me dio material para muchos días felices, por ejemplo cuando conoció la playa y se metió a nadar por primera vez y nosotros le dijimos que parecía una alimaña. Ulises ni se molesta en venir, los desayunos y meriendas no revisten demasiado atractivo para un gato que ama lo salado, el salmón, la merluza. Entonces ahí estábamos, los cuatro con nuestras cosas. Ya es invierno, dos estufas prendidas, la de gas y una eléctrica. Tal vez había alguna música de fondo. Y eso es todo. No pasó nada. No hay nada extraordinario para contar. La felicidad estaba ahí entre nosotros, despeinada y pálida. Nunca pensó que justo le iba a sacar una foto, así que no tuvo tiempo de posar.