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día feliz

Luciana Geraci

No sé cuándo empecé a ser celíaca. Digamos, para no perderse en indagaciones inútiles, que fue el día que me cortaron el cordón umbilical. La vida de un niño celíaco no es una cualquiera; sólo para que se den la idea, una no podía ir al kiosco y pedir un paquete de Lincoln o unos chicles Jirafa así nomás y no esperar que el cuerpo respondiera. Las opciones eran más limitadas; mientras que mi vecina se atragantaba con una bolsa de Sugus multicolores a mi lado, yo tenía que esperar que mi mamá o mi tía me hicieran caramelos de nuez. Todo era casero para el niño celíaco pero yo corría con la suerte de tener una abuela armenia que experimentaba felizmente con la materia prima.¡Hasta logró cocinar lehmeyún -una especie de empanada de aquella parte del mundo- celíaco! . De todas maneras los matices de lo casero -de lo ceniciento a lo terroso- son un poco reducidos comparados con los de los que relucían en los kioscos.
Todo cambió cuando apareció Acela, una asociación formada por madres de hijos celíacos. Esta asociación tiene 35 años, como yo, tiempo después de su fundación, lo casero pudo convivir con los productos industrializados.
El día que me enteré que podía comer ‘chicle’ el cielo cambió de color, el celeste pálido se desvaneció y cambió a rosa, no, no un rosado corriente, sino el fucsia más estridente y pegajoso. Éste fue sin duda un día feliz. Me convertí en una experimentada masticadora de chicles; y aprovechando al máximo las posibilidades, en una experta infladora de globos.
Acela
www.acela.org.ar
 
Silvina von Lapcevic (fotos) 
Marcos Zangrandi (texto)
info@lucianageraci.com.ar