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día feliz

Ana Laura Pérez

Ahora parece la vida de otra persona, como ocurre con los recuerdos intensos. ¿Importa que ya no lo quiera? Un poco.  Pero más importa que entonces lo quería. O mejor: que tenía pocas dudas de quererlo. Atardecía y regresaba contenta con la compra de enchufes y tapitas, cables y tornillos. Por la vereda del Hospital Gandulfo, desierta de desgracias por azar, llevaba yo una alegría material y abstracta que desafiaba la hora brutal de la melancolía. La casa se venía abajo, pero estaban esos talismanes de ferretería en una bolsita, pequeños repuestos para un desarreglo que jamás se compondría. Ni una casa con cimientos en la arena se sostiene con enchufes nuevos, ni ese matrimonio duraría demasiado emplazado, como estaba, en el terreno sísmico de la inmadurez.
Tenía veintipico, un embarazo y un hijo con pañales: por horas reemplazamos los viejos cables de tela con nuevas y vigorosas venas rojas y azules para irrigar paredes que no nos darían cobijo.
Caía el sol. Y yo era todo lo feliz que no había sido antes ni podía ser después con esa persona tan extraña ahora que parece que en lugar de escribir sobre mí, leyera la historia de alguien más.