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Alejandra Zina

Mi tarde con Jerry Lewis
En su casa llegaba a ver hasta nueve horas seguidas de televisión. Algo prohibido en la mía, tan prohibido como el paraíso de la pantalla a colores.Cuando nos quedábamos solos, mi abuelo Samuel iba a la cocina a cortar pan y salamín. Traía el plato en la mano, con ese andar apurado de se me va la vida que siempre tuvo, y se sentaba en una esquina del sillón de tres cuerpos. Estiraba las piernas y las apoyaba en el brazo de otro sillón. A él le gustaban los western, a mí no. Pero igual podía acompañarlo subida a sus piernas, como si montara uno de esos caballos del desierto tejano, mientras atacaba el pan con salamín.Era sábado.Miles de sábados que hoy son uno solo.Yo era medio troglodita pero tenía mis debilidades: La isla de la fantasía, Hiperhumor y, sobre todo, El show de Jerry Lewis. Cuando llegaba la hora de mis preferidos, el abuelo me cedía todos los derechos y desaparecía detrás del diario.A Jerry Lewis lo quiero en todas, pero si tengo que elegir una me quedo con El profesor chiflado. La historia de ese profesor con dientes de conejo, torpe, sin carácter, enamorado de la más linda de la clase, que un día descubre una pócima que lo convierte en el hombre más sexy, más carismático y más arrogante de la ciudad: Buddy Love.Buddy Love es un encantador de serpientes, un Narciso que se admira en los ojos de los demás. Exactamente lo contrario del profesor. Me fascina esa escena callejera donde mujeres y hombres suspenden lo que están haciendo para verlo pasar, como si se tratara de un dios que bajó a la tierra. Pobre Buddy, el hechizo lo abandona en mitad de la noche y tiene que salir rajando antes de que la carroza se transforme en calabaza. También me conmueve el momento en que se sincera públicamente, mientras se convierte en el profesor poco agraciado que nunca dejó de ser.Ser vos mismo, quererte como sos. Esa es un poco la fábula.
Jerry Lewis era un genio, un tipo con una sensibilidad única. Cada vez que veo a grandes comediantes como él, me siento agradecida por lo que provocan en mí. Hacer reír es algo serio. Y trascendente. Nunca nos olvidamos de quien nos hizo reír.
La prueba es que ahora me acuerdo de él, de mi abuelo, del pan con salamín, y de ese tipo con apellido Love.