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Mercedes Araujo

Corro a refugiarme con mis nidos, buscando pájaros llegué a los nidos pero me di cuenta de que los nidos me interesan más que los pájaros y desde ese día busco nidos abandonados, con un largavista miro árbol por árbol deteniéndome en cada rama y me alegra tener el largavista, porque todo lo que tengo y todo lo que necesito lo robo y cualquier cosa que veo por ahí que me gusta o que me puede servir, me la llevo y tengo una caja grande llena de cosas, un destornillador que me gusta porque tiene el cabo hexagonal y parece de miel hecha piedra, varios cuadernos de tapa negra y hojas cuadriculadas, una bufanda tejida con lana turquesa y donde podés meter los diez dedos en todos los agujeros que hicieron las polillas, un frasco de mayonesa inmenso con tapa amarilla que adentro tiene hongos, ramitas y dos libélulas con las alas duras, una radio portátil, los libros que le saqué a mi tía, la Chinchilla, las revistas Nippur de Galash de mi abuelo, un cortaplumas suizo, un juego entero de té con tazas, platos y tetera de porcelana china, pinturas para maquillarse, una linterna, un mazo de cartas, un frasco de tinta invisible, papel secante y mi caja de zapatos con gusanos de seda. Hay algunas otras cosas más que robé últimamente, pero todavía no tuve tiempo de ver bien qué son y pienso que todo eso me voy a llevar a Japón, a una playa de Japón y también mi ropa, no me gusta la ropa nueva, me pasa lo mismo que con todo, prefiero la que encuentro y no sé por qué se me ocurre que va a ser mía y me la pongo y me veo rara, como si por fin lograra ser otra, y una vez me llevé de la casa de una amiga una zapatillas con flores, la madre de la amiga vino a pedirlas y tuve que devolverlas, pero no me importó, por que me di cuenta que no eran para mí y ya sé que no podré llevarme la bicicleta porque es demasiado grande y pedaleo parada y tiene el manubrio y los frenos de acero, el asiento negro de cuero y una tarde la pinté de rojo con un aerosol que encontré por ahí y me gusta pensar que esta noche me voy a Japón, creo que allá, las cosas no tienen dueño y son del que las encuentra, las recoge y las tiene, pero como no me gustaría que algunas de mis cosas –el frasco con ramitas y hongos y los gusanos- vinieran y se las llevara como cosas sin dueño las escondo, y el resto andan por ahí, a veces las pierdo, a veces las vuelvo a encontrar.
Y con los nidos pasa lo mismo, una vez que los encuentro, me trepo hasta el lugar, imito a los gatos en el movimiento y trato de mantener el equilibrio, pero la mayoría de las veces el corazón me late con ruido y siempre me raspo los brazos y las piernas que están llenos de costras negras o violetas y por qué será que cuando tengo una costra nueva me siento bien y por qué me gusta tanto acariciar esa rugosidad y recorrer con las puntas de los dedos y que cuando las mojo se vuelven verdes y amarillentas y al pasar más o menos una semana la costra se desprende de a pequeños pedazos, dejando aparecer debajo una piel blanca y lisa como la de un bebé y pienso, estamos hechos de capas de cosas y una vez que consigo atrapar el nido entre mis manos, bajo rápido y corro a guardarlo en un escondite con los huevos y la mayoría de los huevos que ponen las palomas, los búhos y los colibríes tienen cáscara blanca pero los huevos más lindos son los de color azul o verde.