Podría decir que soy afortunada, he tenido muchos días felices, algunos con más sonrisas, risas, alegría, sorpresa, lágrimas, y de una variada clasificación y dosis de emociones. Esta frase de inicio denota un perfil ordenador bajo una perspectiva lógica. Todavía no estoy hablando de “el día” feliz. Pude aprender a distinguir un antes y un después, y eso ya es maravilloso. Cómo describirlo. Una palabra japonesa es más precisa: satori, sacudida, inmersión, sobrecogimiento, comprensión unitiva. Son segundos eternizados o que uno quisiera eternizar. Es la completud y la muerte del ego. Primero de Mayo, mañana de calles vacías, día de descanso internacional, ocho horas de trabajo de parto. Y allí estaba ella (olvidé inmediatamente las dos horas extras de intenso y demiúrgico puje), arrugadita, sobrepasando mi capacidad de entendimiento. Y cuando me la pusieron encima de mi pecho, piel con piel, así me la quedé tantas horas como pude, en un éxtasis inclasificable, incomparable, indescriptible. Ya van a hacer casi cinco años, y cuando la miro a sus ojos tan profundos y de dulce sabiduría, los míos se vuelven a empequeñecer de húmeda sensibilidad. Es como sumergirse en la totalidad del espacio y del tiempo, en todas las formas de la materia y la energía.