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Rodolfo Minichmayer

EL VIAJE DE MARA   Nacimiento en El Calafate…Vamos hacia donde venimos
Por el confín del universo, entre polvo de estrellas e infinitas galaxias, volaba mi espíritu.
Con certezas de paz y  “Conocimiento Absoluto”, tenia conciencia de  la Verdad.
Entre almas inseparables compañeras de mil “viajes”, despojados de su rol en la puesta en escena de la vida, detrás del indescriptible telón de los universos, de los planos del tiempo y en presencia de la omnipresente y “Amorosa Luz”; allí en medio del Amor Absoluto, del tiempo sin tiempo, del pensamiento sin deseo, siendo parte del Todo... planeaba mi regreso.
Contrastando con el oscuro espacio estaba la “madre celeste”, radiante, con un azul de mares y  blanco de nubes, girando hacia en el confín de la vía láctea.
Mis amigos “los jardineros del universo” la denominan “nido de humanidades”.
Cada  regreso es diferente. ¿Cuanta expectativa? ¿Cuales serán las nuevas experiencias y  cuales las enseñanzas?
En un instante percibí la textura de su piel ajada por los huracanes  y las tempestades. Esta amada Madre Tierra que ha parido en su seno verdes valles y  profundos océanos, a dado a luz sus criaturas y ha soltado los vientos para que las caprichosas nubes jueguen en torno a ella y  rieguen con sus lágrimas el húmedo aliento de la vida.
Que amoroso y ambiguo sentimiento abriga mi alma en el regreso, y que inquietud percibo por tener que dejar mi hogar más allá de las estrellas y de los siete planos.
Planeo entre las cumbres nevadas, bajo a los valles y cañones de rojas piedras, deslizo mis manos por floridos prados pletóricos de flores multicolores, diviso la inmensidad de los campos y recorro el lecho de los serpenteantes ríos, me zambullo en las profundidades del océano  azul, acaricio el lomo tibio de las ballenas y de sus crías; juego con los delfines, mis hermanos del mar que a modo de bienvenida improvisan un concierto de mil voces.
Hacia el final del mundo la tierra se cierra en un gigante triángulo invertido, veo un inmenso río blanco con sus aguas quietas, congeladas por millones de años, formando montañas de hielo que, de tanto en tanto, dejan caer sus laderas con estrepitoso tronar sobre un lago que refleja el límpido cielo.
Hay montañas y nieve, el viento sopla sin piedad sobre la naturaleza, el aire es puro y gélido.
Amanece, siento que aquí es el lugar donde están  los seres que yo elegí desde antes de venir para renacer.
Hacia la salida del sol hay un pueblo pequeño de casa bajas, al borde de un lago con grandes álamos que reflejan en sus hojas el dorado del astro incandescente que puja por salir detrás de las montañas.
Mi espíritu se  posó sobre la rama más alta en la naciente mañana que, caprichosamente, se anunciaba como  un tiempo llamado agosto de un número 1999.
Esperé la señal de un “llamado” que yo sabía que significaba mi nombre y con él este nuevo comienzo.
Mi viaje había llegado a su fin. Otra oportunidad en el largo peregrinar del claustro cósmico que da oportunidades infinitas para que el alma comprenda y se acerque a la Luz.
Los pájaros ensayaban  un concierto matutino y una brisa bajaba de un cerro cercano. Los rayos del sol comenzaban a calentar la tierra, cuando de pronto sentí dentro de mí ese “llamado”, ese nombre...Mara, Mara, Mara,...y allí estaba quien yo debía ser, pequeña, feliz, flotando y segura en el pequeño mar interior de quien, “desde la Luz”, había elegido por madre...Todo mi espíritu fue amor y felicidad y como tal me entregué en él. Y mi Ser se fundió con su ser y en el mismo crisol supe que nunca había salido de él.