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día feliz

Aldo Chaparro Winder

Mis hermanos
Si tengo que elegir un día feliz hay uno que llega inmediatamente a mi memoria.
Mis padres todos los veranos alquilaban una casa en alguna playa al sur de lima por los tres meses que teníamos de vacaciones, inmediatamente después de navidad, corríamos a la playa con el coche lleno de maletas y cajas, mi mama, semanas antes, ya había ido a preparar la casa para nuestra llegada, mi papa pasaba la semana en la ciudad trabajando y nos alcanzaba el viernes por la tarde para regresar a lima los lunes muy temprano.
Nuestra emoción era incontenible. La idea de pasar tres meses, sin zapatos, sin control, sin horarios era demasiada libertad para nuestras pequeñas vidas.
 
Una mañana llego sin avisar un amigo-novio de mi hermana,
Llego en moto y tenia el pelo hasta la cintura y una barba que no había cortado seguramente en anos, pasamos todo el día con ellos en la playa, nadando, buceando, buscando objetos que llamaran nuestra atención o cosas perdidas entre los restos de un pequeño muelle destruido a un lado de la playa, tal vez no sucedió nada extraordinario pero en mi experiencia de eso están hechos los días felices, de una suma de circunstancias que se adhieren a nuestra memoria, momentos de luz, reflejos en el agua, risas y silencios. Mi hermano y yo nos encontrábamos en la orilla para compartir lo que habíamos encontrado, nuestros tesoros; una anguila, un reloj viejo, un arete, una estrella de mar, una pedazo de madera que había estado anos en el mar y que había pulido su forma hasta convertirla en un objeto curvo y suave.
El novio de mi hermana nos acompañaba por ratos y luego desaparecía nadando a toda velocidad con sus enormes aletas que había traído amarradas a la moto.
Mi hermana, dormitaba en la arena sobre una toalla azul, recuerdo su pelo castaño enrulado y gigante rebotando como un arbusto contra el viendo y la arena.
Ellos pasaban una buena tarde también, fumaron un porro y pasaban de besos en la arena a nadar un rato en el mar, no hablaban mucho.
Como era un día de semana, la playa estaba prácticamente vacía y toda para nosotros.
El tiempo paso así, la luz fuerte, blanca y luminosa del medio día se convirtió en una luz amarilla y caliente por la tarde, el sol empezó a esconderse en el mar, era una puesta de sol extraordinaria, el cielo estaba en llamas y nosotros sentados en la arena compartíamos la experiencia en silencio, de una forma casi primigenea.
La emoción iba creciendo conforme el sol se acercaba al cenit y nuestras vistas no se apartaban de ese punto en el cielo, impresionados por que comprobábamos con la velocidad que sucede un acontecimiento de ese tipo. El sol se escondió completamente en el mar y segundos después un ligero  sentimiento de confusión nos invadió, el regreso a la realidad, a la falta de esa luz amarilla y calida que invadía todo, el comienzo de la noche y el final de ese día.